En los embriagadores días del 2006, en Dubái funcionaban a pleno rendimiento unas 30.000 grúas, cerca de la cuarta parte del total del planeta. En la actualidad casi todas ellas han sido desmontadas y trasladadas a otros lugares o permanecen en silencio, sin nadie que las utilice ni las quiera. Es la última señal del parón inmobiliario que está afectando al emirato, Nakheel (subsidiaria de la promotora inmobiliaria Dubai World) ha pedido una moratoria del pago de su deuda. La petición ha sido vista por los inversores como una declaración de quiebra técnica y ha provocado inquietud por las inversiones de riesgo en todo el mundo. Por más que el lema de la compañía diga que el sol nunca se pone en Dubai World, el hecho es el sol más bien experimenta allí algo parecido a un eclipse total.
Según las últimas estimaciones, la compañía estatal Dubai World tiene unos pasivos que ascienden a 59.000 millones de dólares, con lo que sería responsable del grueso de los 80.000-100.000 millones de dólares de deuda pública dubaití. Hasta ahora, todos los vencimientos de la deuda relacionada con el estado han sido liquidados de forma íntegra y los fondos públicos han completado cualquier escasez de fondos privados. Sin embargo, el último anuncio indica que las debilidades existentes en el sector inmobiliario global y la vulnerabilidad del modelo económico del emirato están haciendo que el estado se replantee la situación, y la sensación nítida es que con Nakheel las cosas podrían ser diferentes, dada la declarada intención del gobierno de respaldar sólo las compañías viables.
Más que por su magnitud, el problema de esta semana en Dubái ha sido la incertidumbre creada, la falta subyacente de transparencia en relación con la situación de la economía corporativa y nacional y con la deuda que acabará por pagarse; y, sobre todo, con el hecho de si otros países (de la región o exteriores a ella) se verán afectados por causa de ese proceso que los analistas financieros llaman "contagio".
Las consecuencias de la actual parálisis de los pagos son de gran alcance, como también lo serían las repercusiones de una eventual quiebra. El pago del bono de 4.000 millones de dólares de Nakheel era percibido por los inversores como la prueba clave sobre la capacidad del emirato para enfrentarse al resto de los 80.000 millones de dólares adeudados por el estado y las compañías controladas por él. Lo que ahora está en entredicho es la capacidad y la disposición de Dubái para cumplir sus compromisos: además, el modo en que se ha desarrollado el proceso suscita todo tipo de especulaciones por parte de los inversores.
La conmoción causada por el anuncio se vio atenuada en un principio por la noticia conocida con anterioridad ese mismo día de que el gobierno había obtenido 5.000 millones de dólares de los bancos dubaitíes. Sin embargo, ese optimismo no tardó en desinflarse cuando se vio que la cifra era considerablemente inferior a la que había esperado atraer el emirato de inversores exteriores; y la interpretación de la secuencia de los dos anuncios es que el dinero de Abu Dhabi no se gastará en compañías como Nakheel y Dubai World.
En realidad, los problemas se venían venir hace ya cierto tiempo. A lo largo del año pasado, los organismos de calificación crediticia bajaron drásticamente de categoría las compañías propiedad del estado dubaití a medida que disminuían las expectativas acerca del probable respaldo público. A principios de mes, Moody´s recortó las calificaciones de Dubai Ports World y Dubai Electricity and Water de A3 a Baa2 (categoría basura) y bajaron otras cuatro compañías relacionadas con el estado; el organismo observó en su comunicado de prensa que el plan de reestructuración de la deuda "subraya la intención del gobierno de ceñirse estrictamente a su política establecida de respaldar sólo las empresas con perspectivas viables a largo plazo".
POSIBLE CONTAGIO
Dejando de lado el propio tema de Dubái, la preocupación ahora es un posible contagio a otros mercados; y Europa central y oriental están en la mente de todos, dada la coincidencia del riesgo bancario. El anuncio también ha provocado una abrupta caída del valor de la libra esterlina por temor a que el gobierno de Dubái pudiera verse obligado a una venta rápida de sus propiedades inmobiliarias internacionales; puesto que el emirato posee en el Reino Unido numerosas propiedades inmobiliarias susceptibles de acabar en las subastas, resulta evidente que una medida así tendrá repercusiones sobre el mercado inmobiliario británico y los bancos expuestos a él.
En total, se estima que la exposición de los bancos europeos a la deuda de Dubái asciende a unos 40.000 millones de dólares, con el Standard Chartered a la cabeza del grupo según los analistas del Crédit Suisse. HSBC Holdings, Barclays, Royal Bank of Scotland Group y Lloyds Banking Group también presentan alguna exposición, aunque apreciablemente más baja.
Dado que la decisión de suspender los pagos ha despertado los temores de la mayor quiebra soberana desde la argentina de 2001, la mayor parte de la atención se ha centrado en los temas de deuda soberana y éstos se extienden, por supuesto, mucho más allá del propio Oriente Medio. En particular, han aumentado las preocupaciones del mercado europeo de bonos sobre la capacidad de los prestatarios de más riesgo (desde Rusia hasta Grecia e Italia) de devolver sus deudas a largo plazo.
Y aquí se encuentra una de las consecuencias a largo plazo de lo que ha sucedido en Dubái esta semana; porque, mientras uno tras otro los gobiernos aprietan al máximo el acelerador en el frente de los estímulos y recurren cada vez más a los fondos públicos para tapar los agujeros de los balances bancarios, entre los inversores está ganando peso la percepción de que la devolución de toda la deuda acumulada quizá sea más dificultosa de lo esperado.
Y, si los miedos de una quiebra de la deuda soberana surgen en el radar de los inversores, va a ser muy difícil hacerlos desaparecer después.
La deuda soberana griega, en concreto, es objeto de mucha atención. Esta semana se ha superado un hito histórico, puesto que el coste de asegurarla ha igualado por primera vez la de asegurar la equivalente deuda turca. A primera vista, se trata de una noticia espantosa, puesto que en fecha tan temprana como el año 2007, el diferencial de las permutas de impago de crédito se encontraba en unos 500 puntos básicos en los riesgos percibidos. El diferencial de Grecia, en cambio, estaba en los 15 puntos básicos. Al fin y al cabo, el país es miembro de la eurozona y sus bonos denominados en euros se consideraban protegidos por otros euroestados. Sin embargo, a lo largo del año pasado, la posición fiscal de muchos países de los mercados emergentes (Turquía entre ellos) se ha vuelto menos favorable, mientras que no han dejado de deteriorarse la de algunos países de la eurozona (incluidos Irlanda y España, así como Grecia).
Tales comparaciones constituyen un golpe bastante duro para el orgullo griego, pero el problema aquí es mucho más grande y nos lleva directamente al corazón de la saga dubaití. Hace dos años, los inversores globales no solían dedicar demasiado tiempo a preocuparse sobre el riesgo de que pudieran ocurrir acontecimientos desagradables y, en apariencia, remotos. Ahora bien, la crisis financiera ha modificado esa percepción. Tras haberse pillado una vez los dedos, los inversores desean evitar a toda costa que vuelva a sucederles lo mismo; por eso los pone nerviosos lo que está sucediendo ahora en Dubái y por eso los gobiernos europeos harían bien en pensar más en el futuro y, sobre todo, en asegurarse de que no empezamos a ver hechos como los de Dubái mucho más cerca de casa.
L'article que va publicar La Vanguardia el diumenge 29 de novembre de 2009 en el suplement Dinero
diumenge, 29 de novembre del 2009
Subscriure's a:
Comentaris del missatge (Atom)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada